PACTO DE LAS CATACUMBAS DE LA IGLESIA SIERVA Y POBRE1

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osotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, esclarecidos sobre las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el Evangelio; incentivados unos por los otros, en una iniciativa en que cada uno de nosotros querría evitar la singularidad y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el Episcopado; contando sobre todo con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras y respectivas diócesis; colocándonos, por el pensamiento y la oración frente a la Trinidad, frente a la Iglesia de Cristo y delante de los sacerdotes y de los fieles de nuestras diócesis, en la humildad y en la consciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza de que Dios nos quiere dar la gracia, comprometiéndonos a lo que sigue:

Con ocasión de los 50 años de la convocatoria del Vaticano II, se ha recordado, con nostalgia, el Pacto de las Catacumbas de la Iglesia sierva y pobre. En el 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio, 40 Padres Conciliares celebraron la Eucaristía en las catacumbas romanas de Domitila, y firmaron el Pacto de las Catacumbas. Dom Hélder Câmara, cuyo centenario de nacimiento estamos celebrando este año, era uno de los principales animadores del grupo profético. El Pacto en sus 13 puntos insiste en la pobreza evangélica de la Iglesia, sin títulos honoríficos, sin privilegios y sin ostentaciones mundanas; insiste en la colegialidad y en la corresponsabilidad de la Iglesia como Pueblo de Dios, y en la abertura al mundo y en la acogida fraterna.

Fonte: Pedro Casaldáliga - Circular 2009

  1. Procuraremos vivir según la manera cotidiana de nuestra población, en lo que concierne a la habitación, la alimentación, a los medios de moverse y a todo que de ahí se sigue. Cf. Mt 5,3; 6,33ss;8,20.
  2. Para siempre renunciamos a la apariencia y a la realidad de riqueza, especialmente en el vestir (haciendas ricas, colores llamativos), en las insignias de materia preciosa (deben esos signos ser, con efecto, evangélicos). Cf. Mc 6,9; Mt 10,9s; Hch 3,6. Ni oro ni plata.
  3. No poseeremos ni inmuebles, ni muebles, ni cuenta en el banco, etc., en nuestro propio nombre; y si fuera necesario poseer, pondremos todo en nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Cf Mt 6,19-21; Lc 12,33s.
  4. Cada vez que fuera posible, confiaremos la gestión financiera y material, en nuestra diócesis, a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, con el fin de ser menos administradores de que pastores y apóstoles. Cf. Mt 10,8; Hch 6, 1-7.
  5. Recusamos ser llamados, oralmente o por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…) Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre. Cf. Mt 20,25-28; 23,6-11. Jn 13,12-15.
  6. En nuestro comportamiento, en nuestras relaciones sociales, evitaremos aquello que puede parecer conferir privilegios, prioridades o mismo una preferencia cualquiera a los ricos y a los poderosos (ejemplo: banquetes ofrecidos o aceptos, clases en los servicios religiosos) Cf. Lc 13,12-14; ICor 9,14-19.
  7. Del mismo modo, evitaremos incentivar o adular la vanidad de quien quiera que sea, pretendiendo recompensar o solicitar dadivas, o por cualquier razón. Invitaremos nuestros fieles a consideraren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Cf. Mt 6,2-4; Lc 15,9-13; 2Cor 12,4.
  8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios etc., al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos esforzados y económicamente endebles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a nuestras personas y grupos de la diócesis. Ampararemos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizaren los pobres y los obreros compartiendo la vida obrera y el trabajo. Cf. Lc 4,18s; Mc 6,4; Mt 11,4s; Hch 1,3s; 20, 33-35; 1Cor 4,2 y 9, 1-27.
  9. Conscientes de las exigencias de justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar la obras de beneficencia en obras sociales fundamentadas en la caridad y en la justicia, que llevan en consideración todos y todas las exigencias, como un humilde servicio de los organismos públicos competentes. Cf. Mt 25,31-46; Lc 13, 12-14 y 33ss.
  10. Pondremos todo en marcha para que los responsables por nuestro gobiernos y por nuestros servicios públicos decidan y pongan en practica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total del hombre todo en todos los hombres, y por ahí, al adviento de otra orden social, nueva, digna de los hijos de hombre y de los hijos de Dios. Cf. Hch 2,44s; 4,32-35; 5,4; 2Cor 8 y 9 completos; 1Tm 5.16.
  11. Considerando la colegialidad de los obispos, su realización la más evangélica en la asunción del encargo común de las masas humanas en estado de miseria física, cultural y moral – dos tersos de la humanidad- comprometiéndonos:
  12. Comprometiéndonos a compartir, en la caridad pastoral, nuestra vida con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así:
  13. Volviendo a nuestras diócesis respectivas, daremos a conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles a ayudarnos por su comprensión, su concurso y sus oraciones.

DIOS NOS AYUDE A SER FIELES!


  1. KLOPPENBURG, Boaventura (org.). Concílio Vaticano II. Vol. V, Quarta Sessão. Petrópolis: Vozes, 1966, 526-528.