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osotros,
obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, esclarecidos sobre las
deficiencias de nuestra vida de pobreza según el Evangelio; incentivados unos
por los otros, en una iniciativa en que cada uno de nosotros querría evitar la
singularidad y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el Episcopado;
contando sobre todo con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con
la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras y respectivas diócesis;
colocándonos, por el pensamiento y la oración frente a la Trinidad, frente a la
Iglesia de Cristo y delante de los sacerdotes y de los fieles de nuestras
diócesis, en la humildad y en la consciencia de nuestra flaqueza, pero también
con toda la determinación y toda la fuerza de que Dios nos quiere dar la gracia,
comprometiéndonos a lo que sigue:
Con ocasión de los 50 años de la convocatoria del Vaticano II, se ha recordado, con nostalgia, el Pacto de las Catacumbas de la Iglesia sierva y pobre. En el 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio, 40 Padres Conciliares celebraron la Eucaristía en las catacumbas romanas de Domitila, y firmaron el Pacto de las Catacumbas. Dom Hélder Câmara, cuyo centenario de nacimiento estamos celebrando este año, era uno de los principales animadores del grupo profético. El Pacto en sus 13 puntos insiste en la pobreza evangélica de la Iglesia, sin títulos honoríficos, sin privilegios y sin ostentaciones mundanas; insiste en la colegialidad y en la corresponsabilidad de la Iglesia como Pueblo de Dios, y en la abertura al mundo y en la acogida fraterna. |
DIOS NOS AYUDE A SER FIELES!